Desde la noche de los tiempos, el trabajo y la vida del productor rural estuvieron enmarcados por la continua rutina de la sucesión de las estaciones y los ciclos anuales de preparación del suelo, siembra, cuidados del cultivo y cosecha, como un rito centenario transmitido de generación en generación y, en la mayoría de los casos, lejos de las luces y las sombras de la vida urbana. Los ecos de los sucesos contemporáneos a su propia existencia, llegaban a los oídos de su gente acallados por la letanía y la indiferencia.
Hoy en día, las distancias se han ido acortando. El flujo de todo tipo de datos y de información sobre los más variados temas y estilos de vida llueven sin límites en los lugares más distantes del planeta. En este escenario, nuevas circunstancias han ido enriqueciendo la mirada del hombre de campo, haciéndola más diversificada y multifuncional, incorporando actividades económicas diversas, no sólo de producción sobre la base de nuevas tecnologías y mercados, sino también de servicios, que diversifican y amplían la oferta de oportunidades que están disponibles para ofrecer a la cada vez mayor cantidad de gente que vive en las grandes ciudades. El Turismo Rural forma parte de ese menú de ofertas y ha ido creciendo vigorosamente en todas las latitudes, de muy variadas formas.
En este acercamiento rural-urbano se ponen en juego valores que la sociedad sabe apreciar y que, en muchos casos, estimula la iniciativa de los padres que ven la oportunidad de aprovechar este nuevo escenario, para iniciar a sus hijos en un juego que las generaciones X, Y y Z ven a la distancia, sumergidas como muchas veces están, en su mundo 2.0. Estamos hablando de Respeto por el Ambiente, Aprecio por el Paisaje, Revalorización de la Cultura Rural, Trabajo y Atención Artesanal-familiar de baja escala, Modelos Educativos e Interactivos en los que se entremezclan la vida urbana y rural.
Es una realidad preocupante que a medida que las personas dedican más tiempo a estar sentadas frente a un monitor se pierde la noción del horizonte lejano. Esta situación busca ser compensada con una mayor búsqueda de los espacios naturales y estimula la necesidad de realizar caminatas y/o cabalgatas, de la observación e, incluso, la participación de actividades que incluyan el ciclo de la naturaleza en la vida cotidiana, como así también paseos en bote o excursiones de pesca.
Este proceso, que algunos especialistas identifican con una búsqueda interior de respuestas sobre el milagro de la vida y la necesidad de reencuentro con nuestros propios orígenes ancestrales desencadena la búsqueda de nuevos hábitos y hacen extensiva esta actividad a un nuevo patrón cultural.
No es ya, solamente, la sensación de disfrutar una jornada de ocio, rodeada de la vida suntuosa que la gran estancia puede ofrecer. Empiezan a jugar aquí otros intereses, enmarcados en una curiosa diversidad cultural: el camino de tierra, la vieja tranquera, las “incomodidades” de la vida en el campo, el aprovechamiento de los recursos disponibles, aún en su escasez o precariedad.
En esa integración con la población local, tan distante en su entorno y tan cercana en sus necesidades básicas, se pone en valor la capacidad que tiene el hombre de campo para dar a conocer sus aspectos culturales y costumbristas, con la participación necesaria de la familia del productor. Otras visitas, como complemento de la actividad, pueden incluir a los museos rurales o locales y a las asociaciones tradicionalistas, que tienen mucho para mostrar. No pocas veces este encuentro incluye el alojamiento, que puede ser compartido o independiente de la vivienda de los propietarios. En esa aventura, el hecho de abrir una tranquera, bombear agua de un pozo o curar la bichera de un ternero recién destetado, pueden ser experiencias dignas de ser contadas, luego de haber sido vividas en el escenario natural y con los actores verdaderos, que van iniciando al neófito en las rutinas diarias de la vida cotidiana, lejos del ámbito urbano.
Es en este punto donde debemos poner el énfasis en que, más allá del “turismo de estancias”, existe otra modalidad de agroturismo que se presenta como alternativa a las ofertas tradicionales y en las que juega un rol muy importante el hombre de campo común, con sus tradiciones y sus pesares, en su infinita variedad de matices. Todo hombre de campo que tenga algo que decir y quiera hacerlo está frente a una oportunidad de agregado de valor: compartir su mesa, sus diálogos, su rutina, con otras personas o familias que están dispuestas a sumergirse en un mundo y una experiencia de vida tan codiciada como desconocida.
No es infrecuente escuchar historias de gente que comenzó acondicionando parte de su casa y luego la fue extendiendo a otras habitaciones especialmente hechas a demanda del éxito obtenido, no pocas veces por recomendación boca a boca de los visitantes.
En sus relatos, como una constante, se escucha que el turista puede prescindir de algunos lujos o comodidades y puede adaptarse a ciertas privaciones. Lo que no puede faltar, insisten, es el trato amigable, franco, dispuesto a escuchar y satisfacer necesidades con los, escasos o no, recursos disponibles; las explicaciones detalladas; los relatos de sobremesa; la mano tendida y afectuosa. Estas pequeñas acciones se ponen de relieve en primer plano y juegan en este vínculo del anfitrión con su huésped, como un valor digno de ser buscado y apreciado como si se tratara, simplemente, de un bien escaso en esta Sociedad.
Es así como sorprenden los relatos de aquellos que nos cuentan sobre el viaje de sus hijos a otro país, en respuesta a invitaciones forjadas como contrapartida de una amistad con jóvenes de su edad, nacida en los juegos que se compartieron en el campo.
Frente a la opción de iniciarse en la oferta de agroturismo desde su casa, es razonable pensar en la dificultad de promocionar el servicio y ligar las dos puntas: imaginemos, por un momento la alternativa de llegar con la oferta desde el interior de un partido de la Provincia de Buenos Aires hasta una lejana aldea, próxima al Mediterráneo. ¿Cómo hacer que esto sea posible? ¿Una utopía?
Nada de eso. Hoy tenemos herramientas que circulan a velocidad por las autopistas digitales y que llegan a todos los rincones del planeta, vinculando la oferta con la demanda de los más variados productos y servicios, entre los cuales el turismo rural no es una excepción. Esas herramientas de internet están disponibles a bajo costo y, cada vez más, el límite parece ser nuestra imaginación y voluntad de querer tener la audacia necesaria para aprender la manera de saber usarlas.
De ahora en más: ¡ Sin excusas! La naturaleza, el ambiente, el misterio, la fantasía, las tradiciones del hombre de campo argentino es un valor que, por conocido no valoramos en su potencialidad. Se trata de mejorar los mínimos de calidad con el que se deben prestar los servicios. Las formas de cultivo, el manejo de la hacienda, constituyen atractivos notables de nuestro país para ofrecer tanto a los turistas locales como de todo el mundo.
Es así como nos encontramos, cada vez con mayor frecuencia, con el cliente típico del agroturismo que proviene de una localidad urbana o de un país extranjero y distante, que aspira a disfrutar del campo y de la naturaleza, con su familia o sus amigos. Su deseo es el de pasar las vacaciones en un sitio que sea diferente a aquellos en los que desarrolla su forma habitual de vida. Quiere conocer lugares y entrar en contacto con la comunidad y la cultura local. Tengamos en cuenta que “no es un cliente”, es “un invitado” que nos permite ocupar mano de obra familiar. Una oportunidad para hombres, mujeres y jóvenes de nuestro campo, dispuestos a compartir una experiencia única e irrepetible: el intercambio de patrones culturales que nos permite poner en valor oficios, ferias y fiestas de nuestra tradición que se suman al menú de la oferta.
La posibilidad de su puesta en marcha no es algo lejano, está más cerca nuestro de lo que imaginamos. Y lo está más aún, si asumimos el compromiso en forma conjunta como un emprendimiento público-privado, con intervención de otros vecinos que puedan hacer su propio aporte en forma de artesanías, visitas a paisajes y/o sitios históricos, gastronomía, oficios tradicionales, actividades terrestres o acuáticas constituyendo un circuito turístico capaz de satisfacer las inquietudes de los visitantes con lo mucho que hay para ofrecer.
Bajo estas condiciones, la participación en forma coordinada de las autoridades municipales, provinciales y nacionales, conjuntamente con los vecinos involucrados, es la base sobre la que se sustenta la promoción y el desarrollo territorial de esta actividad de Turismo Rural que ha venido para quedarse y crecer, alimentada por la vocación emprendedora de sus impulsores.