No amigos. No hijos. No mujer. Sólo vacas. Cuentan que su hermano, el que vivía con él en su campo, se volvió lunático antes de matarse, aburrido de tanta soledad y de tanta pobreza.
Todas las mañanas, antes que salga el sol, con los calores del verano y con los fríos del invierno, anda Ángel con sus vacas y sus terneros (él dice que sale a “boyerear”) por las banquinas de las rutas vecinas.
Se alimentan del pasto que encuentran al paso y que no hay en casa. No importa si hay animales muertos que algún vecino tiró a la calle, infestando la comida de sus vacas con vaya a saber uno qué pestes, ni si algún ternero quiere cruzar la ruta. El boyero y su montado lo vuelven al rodeo, para no causar accidentes.
No luz eléctrica. No agua corriente. No losa radiante en invierno. No aire acondicionado en verano. No médico a domicilio. No camino asfaltado. No taxi ni colectivo que pase por la esquina de su casa.
Ángel no necesita ninguno de esos lujos. Sólo necesita que lluevan 100 para terminar con esa odiosa sequía que se le llevó el poco lotus y la poca festuca que tenía, para dejarle algunas malezas resistentes y el cuero de 6 vacas muertas, algo así como el 10 % de su rodeo. Entre ellas, la careta colorada, que le había dado sus mejores terneros.
No se le conocen amigos, tampoco enemigos. Nunca se le ha visto discutir ni tener conflicto alguno, a pesar de que algunos dicen que más de un pícaro lo ha timado.
Hoy, que los terneros valen, su situación es un poco más desahogada. Podrá hacer algunas mejoras en su casa, cambiar el molino y, si esto sigue, hasta puede pensar en bajar la luz dentro de un par de años. Después, no se sabe. Los ciclos ganaderos no se mantienen indefinidamente al alza.
Ángel no está solo, sin embargo. Muchos, como él, pueblan nuestros campos, andan por nuestros caminos de tierra y trabajan todos los días del año en lo único que saben hacer: producir alimento.
Algunos, como Ángel, se han quedado sin familia. Otros, más afortunados quizás, tienen mujer e hijos a quienes les dejarán su pequeña fortuna. Lamentablemente, la poca tierra que hereden de sus padres, cuando se divida por 2, por 3 ó por 4 no será suficiente para que los chicos puedan vivir; tendrán que conchabarse en algún campo vecino o, como tantos que los precedieron, se irán a vivir a una casa precaria en las afueras de una gran ciudad.
Agrónomos, veterinarios, extensionistas, hacen lo que pueden. No es suficiente. Economistas, políticos, empresarios ligados al sector también hacen lo suyo. Tampoco es suficiente.
Cuando, ya sin casa, se arrimen a la ciudad, alguien nos recordará que tienen derecho a una vivienda digna, a la salud, la educación, a un trabajo decente y a un salario digno. Es cierto. Pero también es cierto que tenían esos mismos derechos cuando vivían en su tierra natal.
Hoy, ya pocos se acuerdan de Ángel. Llegará un día en el que cada uno de nosotros piense antes en el bien común, que en los propios.
Llegará un día en el que otros Ángel no tengan que venir a golpear las puertas de la ciudad para que se acuerden de él.