Lo conoció una tarde de marzo en el “Cafe Des Artistes”. Había llegado allí en su regreso de Monkey Forest, luego de deambular por Jl Bisma, una de las estrechas y sinuosas calles de la isla. Se sentía conmovida por haber llegado a la ciudad de Ubud, en la que podía respirarse el profundo humanismo de los balineses. Sobre el emblemático restó había leído numerosas recomendaciones en los blogs y su querido amigo Herman le había sugerido visitarlo, aunque más no sea para tomar una cerveza.
No le resultó un extraño contraste la Maserati estacionada frente a ese lugar, ni era el primer vehículo de muy alta gama que veía en esa enigmática isla. Después de todo, el nombre del mismo, “Café Des Artistes”, le sugería esa típica mezcla de bohemia y ostentación que reúne a los creativos con sus mecenas.
Thea dejó su mochila a la entrada y buscó una estratégica mesa desde donde se veía a la gente que desfilaba despreocupadamente por la calle, sin las urgencias cotidianas de su Brighton natal. Los relatos del abuelo, recordando a su vez los de sus mayores, que generación tras generación fueron repitiéndose por tradición oral, con alusiones a Java, Sumatra, Borneo y otras islas de Indonesia, le dejaron la marca de un horizonte obligado que habían despertado su curiosidad y estaba ansiosa por conocer.
Entre todas esas islas había una en especial, Bali, y una ciudad, Ubud, que concentraban todas sus expectativas, porque era donde había comenzado todo. Estar ahora allí era su éxtasis.
Leyó detenidamente el menú. Babi Guling, sobre la base de carne de cerdo con arroz y verduras, servido con un gran tazón de sopa, podía ser una opción.
La curiosidad pudo más. Thea miró sin disimulo el plato de un señor mayor que estaba comiendo en la mesa vecina. Como todos sabemos, la mejor elección, cuando estamos lejos de casa, está en el plato de nuestro vecino de mesa. Especialmente si, como en este caso, el color aceitunado de su piel nos hace suponer que nuestro vecino es de origen local, malayo o indonesio. El trato preferencial con el que los mozos lo atendían confirmaron que podía ser un buen referente en temas de la gastronomía local.
-Satay. Son unos pinchos de pollo con salsa de maní- explicó el hombre, en perfecto inglés, advirtiendo la curiosidad de la jovencita.
Thea no se atrevió a contestar, sorprendida por la perfecta pronunciación inglesa del balinés y por sus modos seductores que delataban una exquisita educación formal.
-¿Londres? -preguntó el hombre.
-Brighton -contestó Thea.
El conocimiento que sobre dicha ciudad demostró el balinés, la descripción del muelle central, la playa de guijarros y el estilo victoriano del Grand Brighton Hotel terminaron por convencer a Thea de que los relatos de su abuelo sobre los indonesios se habían quedado en los tiempos pasados.
-Tengo un vínculo muy especial con los ingleses -continuó, ante la sorpresa indisimulada de ella- Es un tema que viene de varias generaciones y, de alguna manera, me siento en deuda con ellos.
En ese momento Thea intuyó que su vecino de mesa podía tener las respuestas a todo aquello que había venido a buscar. Mil preguntas vinieron a su mente y habría querido presentarse para continuar el diálogo, pero no se animó.
-Permíteme presentarme, Taufik es mi nombre -se adelantó el hombre.
-Thea es el mío.
-¿Conoces Ubud?
-Ayer llegué a Bali por primera vez.
-Puedo ser tu anfitrión en la isla si aceptas que te sugiera el menú.
Luego de una breve pausa agregó:
-Es más, me gustaría invitarte a compartir la mesa.
Bajo otras circunstancias habría dudado en aceptar tal invitación de un desconocido. El amigable clima de la gente de Ubud, su reconocida formación hinduista manifestada sin ocultamientos en su buena predisposición y bonhomía, el mítico atractivo del “Cafe Des Artistes” despejaron toda duda.
Más allá de todo, especialmente, había otra fuerte razón para compartir el almuerzo con Taufik. Su intuición le decía que, en algún momento, sus ancestrales historias se habían cruzado. No estaba equivocada.
Manteniendo la iniciativa, luego de la tímida aceptación del convite, fue Taufik el primero en continuar el diálogo, preguntando las razones que la habían traído tan lejos de su casa.
-¿Sólo curiosidad? -él sabía que no, obviamente.
Quizás sospechaba los motivos. La intuición no es ajena a los pueblos con una profunda formación espiritual.
Incluso, dicen los más sabios, los hechos no ocurren porque sí y las personas no se encuentran al azar. Como si existiera una fuerza misteriosa que los predestinara; como si fuera parte de una armonía universal que permite saldar viejas deudas, no necesariamente vinculadas a lo económico, ni necesariamente guiadas por una voluntad divina.
Los más escépticos, en cambio, todo lo atribuyen al azar, como si la vida misma fuera una mera casualidad.
En todo caso, ya sea por predestinación, como asegurarían algunos, o por simple fruto del azar, como descreerían otros, el encuentro de Thea con Taufik supo ser inevitable.
-Desde el siglo XIX mi familia estuvo viviendo en Denpasar. -contó Thea, aludiendo a la actual capital de Bali- Se mudaron un poco más al norte, a la ciudad de Ubud, después de recorrer las islas de Java, Sumatra y Borneo. Eso es todo. Nunca me contaron más, nunca pregunté más, hasta hace unos pocos meses.
Como todo adolescente, al llegar cierta edad comenzó la inquietud por conocer más. Es la edad en la que empieza la necesidad de saber hacia dónde van, pero primero quieren saber de dónde vienen, quiénes son, para poder construir un proyecto de vida.
Todo lo que pudo averiguar en el ámbito familiar es que su bisabuelo trabajaba contratado por la “Compañía Holandesa de las Indias Orientales” y que este vínculo venía desde generaciones familiares anteriores.
La curiosidad la llevó a meterse en los libros de historia y así se enteró de que la primera colonización holandesa comenzó en 1602. En 1696 los holandeses se establecieron en Batavia, actual Yakarta, capital de Indonesia, desde donde se expandieron a Sumatra, Bali y Timor.
Para ese entonces ya había llegado el islamismo a Java y gran parte de la aristocracia, los intelectuales y los artistas javaneses emigraron a Bali, que se transformó en el centro de la cultura indojavanesa, además de ser la única isla donde predomina la religión hinduista. En el resto de Indonesia, el 90 % de la población es musulmana.
Esas lecturas sobre la riqueza de semejante diversidad cultural y religiosa, la belleza de sus islas, playas paradisíacas bañadas por el Océano Índico, el clima diáfano tan diferente al de su Brighton natal, le hicieron sentir que su vida, de alguna manera, estaba muy ligada a un escenario distante que merecía ser conocido y disfrutado.
Sobre sus antecedentes familiares nada más pudo averiguar a través de sus padres ni de sus lecturas. Había llegado el momento de averiguarlo por ella misma. Y ahí estaba.
Taufik escuchó en silencio. Probablemente ella no advirtió ciertas sonrisas, en determinados momentos del relato, como quién conoce la otra parte de la historia.
-Así fue, tal como te lo contaron. -confirmó Taufik- Mi bisabuelo también trabajó para la Compañía Holandesa de Indias Orientales, en la cosecha del café. Un trabajo muy duro, sin descanso. Todos los días bajo un sol agobiante. No fueron días fáciles para los balineses.
Hizo una pausa, como si se estuviera remontando en el tiempo, antes de continuar.
-Quizás los tuyos y los míos se vieron las caras algún día o les tocó compartir el mismo sol -agregó el balinés.
Ambos entendieron la ironía y Thea supo inmediatamente que él no quiso ser ofensivo, pero se hacía necesario poner sobre la mesa la verdad de los hechos, entre un esclavo y quien trabajaba para sus amos, compartiendo el mismo sol. Para eso ella había venido y Taufik lo entendió así.
-O quizás el destino te puso en mi camino para poder ofrecerte mi agradecimiento.
Taufik terminó la frase mirando en dirección a la calle, en lo que Thea creyó una referencia al lujoso auto que estaba en la puerta; deslizó una sonrisa, en respuesta a la sorprendida expresión de la joven inglesa, sabiéndose dueño de la situación, pero sin querer abusar de ello.
-Los cafetales fueron una curiosidad para los cosecheros que trabajaban allí y miraban con extrañeza el consumo que los gringos hacían de sus granos. Como los amos no les dejaban cosechar las bayas para consumo propio, comenzaron a juntar del suelo las que dejaban los luwaks.
-¿Luwaks? -preguntó Thea.
-Sí. Son marsupiales de color oscuro y hábitos nocturnos que se alimentan de los granos de café y, por supuesto, esos granos aparecen después en sus deyecciones. La empresa los descartaba por su aspecto desagradable y eran aprovechados por la gente del lugar.
Taufik buscó unas revistas en su maletín para mostrar a Thea, en las que podía verse al animalito y un título que decía Kopi Luwak.
-¿Kopi Luwak? – preguntó Thea.
-Significa café producido con las excretas de los luwaks -explicó el balinés.
-En los años siguientes la relación con los holandeses se fue haciendo cada vez más difícil. En 1906 iniciaron una invasión militar y mi bisabuelo, con dos de sus hermanos, se inmolaron en el Puputan. ¿Oiste hablar de eso?
Por toda respuesta Taufik se encontró con la mirada sorprendida de Thea.
-El Pupután es un suicidio colectivo ritualístico, en el que murieron varios miles de balineses, antes de someterse a los ejércitos conquistadores de la Compañía de las Indias Orientales Holandesas. Hubo dos Puputan, en 1906 y en 1908. Después de eso, las acusaciones de muchos países contra el gobierno holandés fueron tales, que se vieron obligados a convertirse en un poder colonial más benevolente.
-¿Y hasta cuándo duró? -preguntó Thea
-La isla fue ocupada por los japoneses en 1942, durante la Segunda Guerra Mundial y fue liberada por los aliados en 1945.
Por primera vez en todo el relato la jovencita inglesa se distendió, al entender que su país había contribuido a la libertad de Indonesia y pensó que, de ese modo, compensaba en parte la responsabilidad de sus antepasados por haber trabajado para la Compañía Holandesa.
-Con la independencia, el país se puso en marcha. Mi padre, con unos primos, iniciaron un emprendimiento muy exitoso que, con nuestra generación, siguió perfeccionándose y expandiéndose comercialmente. Actualmente exportamos a muchos países, incluyendo el tuyo y, por supuesto, también Holanda.
Taufik volvió a tomar entre sus manos la revista de Kopi Luwak, para entregárselo a Thea.
-En esta nota tenés más detalles del café que estamos produciendo, el más caro y más sabroso del mundo. Una taza puede costar hasta 80 dólares en el mercado estadounidense. Sin saberlo, los colonizadores despreciaban este café que tomaban sus esclavos y que previamente pasaba por el aparato digestivo de los luwaks, donde unas enzimas que actúan sobre el grano producen la predigestión, dándole un sabor muy especial. Sólo puede producirse en muy pequeñas cantidades y en este lugar de donde es originario el luwak.
-Hasta que en otros países vean el negocio y comiencen a imitarlos -acotó Thea.
-No es lo mismo con animales en cautiverio. Éste es su hábitat natural y sólo aquí puede ser producido. No sólo es el hábitat natural de los luwaks, también es el nuestro y el de nuestros antepasados. Como sabrás, los hinduistas les rendimos nuestras ofrendas rituales a los que nos precedieron en la vida. Gracias a ellos estamos hoy aquí y somos quienes somos. Tenemos un gran amor, respeto y veneración por nuestros mayores; estamos muy orgullosos de ser sus descendientes.
Un hombre joven, de rostro también aceitunado y pañuelo alrededor de su cabeza a la altura de su frente, como en las antiguas películas de los piratas malayos, se acercó a Taufik y con suma discreción habló con él en balinés, sin que ella pudiera entender de qué estaban hablando. Inmediatamente Thea entendió que era su chofer, cuando el hombre se dirigió al auto y se puso al volante.
-Es hora de irme, me están esperando -se disculpó Taufik y con un gesto llamó al mozo para pagar la cuenta.
-¿Debo pedirle un favor? -dijo tímidamente ella.
-Si está en mí…
-Por supuesto, déjeme invitarle. -sorprendió Thea a su anfitrión.
Taufik la miró sin entender, como si se tratara de una situación absurda que lo descolocaba
-Fui yo quién te invitó. Además tengo una vieja deuda con los ingleses, a quienes debemos nuestra liberación de la ocupación japonesa. También a los holandeses y quienes trabajaron con ellos, que nos enseñaron las virtudes de un cultivo que no conocíamos y hoy son nuestros clientes.
-Mi deuda es anterior, de muy larga data. -insistió Thea- Entiendo que mi familia pudo haberse olvidado de ella en un descuido. Déjeme saldarla. Me sentiría muy mal si no me lo permitiera.
Y así fue, como el señor del lujoso auto y de la piel aceitunada se sintió obligado a rendirse ante los argumentos de una jovencita inglesa, que había llegado desde muy lejos con su mochila a cuestas, buscando su identidad y sintió la necesidad de saldar una vieja deuda.