¡La patria de Echeverría, la tierra de Santos Vega!
Magistral definición que da extraordinario final al poema El Alma de Payador, de Don Rafael Obligado. Sus versos pintan de manera perfecta el paisaje de la inhóspita llanura pampeana de inicios del siglo XIX. Allí galopeó, con su guitarra cruzada a la espalda, un payador, que dicen, jamás fue derrotado hasta toparse con el mismísimo Diablo. Esa pampa mística, de leyendas, de aventuras, que forjó al gaucho y tanta sangre bañó su inmensidad en busca de su conquista, fue fruto de antagonismos internos que, por momentos, hirieron gravemente la patria naciente.
La frase citada resume de inmejorable manera la realidad de esos tiempos.
La tierra de Santos Vega, ícono del gaucho matrero, del peón de campo de rebeldía contenida, y otras no tanto, dueños de la mixtura nacida entre el aborigen y los inmigrantes blancos.
La patria de Echeverría, quién promediando la primera mitad del siglo XIX fue integrante de una generación de intelectuales (generación del 37) que alentaban ideas sociopolíticas que terminaran con el atroz enfrenamiento entre Unitarios y Federales. Esas ideas florecieron en 1853 y fueron la esencia del texto de la Constitución Nacional de aquel año.
La patria de Echeverría, la tierra de Santos Vega. En una frase se define el alma misma de un país que daba sus primeros pasos. El gaucho, con sus tradiciones y sus culturas, habitante del territorio agreste, tantas veces perseguido y confinado al desierto; los intelectuales, con sus ideas mancilladas en Europa. Sobre ellos se establecieron las bases de la organización nacional de la República Argentina.
A esa pampa, tan agreste como heterogénea, llegaron aquellos primeros irlandeses. De por sí, ya era antagónica la cultura criolla con la de los ilustres Porteños. La literatura ha traído a nuestros días el testimonio de aquellos desencuentros. Los irlandeses se suman con una cultura distinta, con idioma diferente, con conocimientos de prácticas ganaderas distintas a las que se encontraban en su apogeo en los alrededores de Buenos Aires.
Una década después de la gesta sanmartiniana, las noveles pero gravemente heridas Provincias Unidas del Río de la Plata transitaban entre anarquía y sangre criolla derramada. Europa consolidaba las transformaciones de la Revolución Industrial y expandía su economía basada en la industrialización de materias primas. La industria textil, pionera en este proceso, demandaba de manera exponencial uno de sus insumos primordiales: la lana.
Hacia finales de la década de 1820, la oferta de lana en Europa era insuficiente para atender la creciente demanda de la industria. El mercado internacional comenzó una apertura hacia materias primas provenientes de territorios lejanos. Esta oportunidad seguramente ha embarcado con rumbo sur a numerosos irlandeses y, entre ellos, a Lawrence Casey, irlandés de Westmeath, a la tierra que ya nunca dejaría.
Casey llegó cuando los Unitarios veían nacer la Confederación Argentina, y con ella la época de esplendor de aquél a quién los Federales llamaron El Restaurador, Don Juan Manuel de Rosas. Fiel a los orígenes de su conductor, la Confederación Argentina cimentó su economía en la ganadería y para ganar territorio avanzó a la conquista del desierto pampeano.
El viejo camino real a Tucumán, encontraba en su primer descanso, partiendo desde Buenos Aires, una importante aldea colonial llamada Villa de Luján. Hasta ahí llegó Casey y, con él, tantos otros irlandeses.
Abundancia de tierras, poca mano de obra, oportunidad de inversión, enmarcaban un panorama propicio para que aquellos inmigrantes se dedicaran a la ganadería. La cría de ovejas resultaba atractiva dada la demanda europea de lana y como consecuencia, también, del monopolio que los estancieros locales tenían sobre la ganadería vacuna, entre ellos, el propio gobernador Rosas.
Es así que se desarrollan diversas estancias dedicadas a la cría de ovinos destinados a la producción de lana. La mayoría de ellos eran de estancieros extranjeros (escoceses, irlandeses, franceses y vascos), llamados farmers, quienes importaban ovejas europeas de raza y las cruzaban con los ovinos criollos.
Hacia fines de la década de 1840, la ganadería ovina había desplazado a la vacuna. Sin embargo la lana producida era en muchas ocasiones rechazada por los mercados internacionales dada su baja calidad, producto de las cruzas realizadas. Como consecuencia de ello, los productores comenzaron a industrializar el sebo y a comercializar la carne en el medio local, con buena aceptación por parte de los consumidores.
Una característica de estos farmers, respecto de los campesinos criollos, radicaba principalmente en que su objetivo no era solamente la subsistencia del grupo familiar, sino el desarrollo y expansión de sus empresas. En esa visión empresarial se puede ubicar la necesidad de ser propietarios de la tierra. Algunas veces, desde el inicio, mediante un capital de inversión. Otras, mediante una etapa inicial de arrendamiento, y luego, con la renta producida, adquirir la misma.
Otra característica sobresaliente de los farmers era el aprovechamiento de la mano de obra familiar, en reemplazo de la mano de obra contratada, lo cual permitía la expansión de la explotación.
Luján era un asentamiento urbano de relevancia desde antes de la Revolución de Mayo. En sus alrededores, Luján afuera, la pampa mantuvo su condición de hostilidad hasta la segunda mitad del siglo XIX. De por sí, la frontera con los aborígenes, el límite que establecía el territorio bajo control del gobierno, no estaba más allá de 200 kilómetros de Luján, que sería hoy como trazar una línea de norte a sur aproximadamente al medio de la actual provincia de Buenos Aires.
Recién en 1876 se construye la Zanja de Alsina, sistema defensivo contra los malones aborígenes, en cercanías, e igual orientación, del actual límite entre las provincias de Buenos Aires y La Pampa, a unos 500 kilómetros de Luján, casi 600 desde Buenos Aires.
Desarrollar la ganadería en las afueras de las villas urbanas implicaba no sólo el riesgo de los ataques de indios y cuatreros sino, además, la necesidad de generar la mínima infraestructura de asentamiento familiar, con sus correspondientes vías de acceso y salida de la producción. Esto último requería la construcción de puentes sobre los numerosos arroyos de la zona, con su ventaja para la cría de ganado.
En las afueras de Luján, durante la primera parte del siglo XIX, primaba la cría de ganado vacuno. Con la llegada de los farmers, dedicados a la ganadería ovina, la zona de campos que se ubicaban entre los arroyos La Choza, Durazno y Arias se fue poblando de irlandeses, en tal número, que testimonios de la época denominaron la zona como La Nueva Irlanda.
Lawrence Casey, aquel irlandés de Westmeath, fue uno de los pioneros de la zona. En 1852 tenía su propia estancia llamada El Durazno, que llegó a contar con 100.000 ovejas. En 1862 pudo expandir sus territorios, al adquirir una nueva estancia que llamó Las Lilas. Como él, y dada la alta rentabilidad de la producción ovina, muchos irlandeses se convirtieron por esos años en propietarios de numerosas estancias. Cuentan las crónicas de la época, que sólo los irlandeses podían pagar las sumas que era necesario invertir para adquirir aquellas tierras.
Al igual que Casey, se suman a la lista de propietarios Tomas Savage, Juan Brown, Patricio Garrahan, Eugenio Manny, Miguel Healy y Pedro Ham, quienes construyeron sus cascos de estancias junto a grandes arboledas, acompañadas de productivos montes frutales. Incluyeron, además, las obras de infraestructura necesarias para la mejora constante de la producción, tales como caminos, puentes, molinos, aguadas y alambradas.
Hacia 1870 los irlandeses en el partido de Luján (hoy repartido entre los actuales partidos de Luján, Gral. Rodríguez y Las Heras) eran tan numerosos que, junto a sus hijos, nacidos en esta tierra, conformaban más de la mitad de los pobladores del distrito. Esto fue debido a que junto con los estancieros llegaron numerosos irlandeses para ocuparse de las tareas propias de los rebaños de ovejas, los pastores, sea en calidad de mediero o de inquilino, actividad que no era muy aceptada en la idiosincrasia del gaucho criollo.
La Nueva Irlanda se caracterizaba por una profunda vida religiosa y las reuniones entre las distintas familias. Si bien muchos llegaron a dominar el castellano, otros hablaban en inglés y, preferentemente, contraían matrimonio entre ellos.
No faltó la construcción de un templo, la Capilla de Santa Brígida, sobre el Arroyo la Choza, que se mantuvo en pie hasta 1925, obra del Padre Samuel O’Reilly y el estanciero Juan Brown. También se estableció una escuela para los niños irlandeses y un almacén destinado a la comunidad. Se sumaron también diversiones propias de aquella Irlanda lejana, tales como carreras de caballos y de galgos.
La caída de los precios internacionales, hacia finales de la década de 1880, significó un duro golpe para la actividad ovina. Ésta cedió su lugar a la ganadería vacuna y a la agricultura cerealera, que estaba en sus inicios, favorecida por la llegada de una gran ola migratoria del sur de Europa.
Esto determinó que la producción lanar vaya siendo marginada de las tierras que tenían mayor potencialidad para la agricultura y la ganadería vacuna, las que constituían un modelo denominado estancia mixta.
La ganadería ovina vio su nuevo destino en el sudoeste de la provincia, en parte también por el avance de la frontera de colonización.
Los estancieros irlandeses de ovejas de La Nueva Irlanda, Luján afuera, frente a este nuevo escenario, hicieron gala de su visión empresarial, de innovación y de adaptación y comenzaron a revertir sus establecimientos hacia la producción vacuna. Fue el caso de Lorenzo Casey (hijo de aquel pionero que llegó de Westmeath) y de Tomás Eleuterio Savage, que se transformaron en importantes cabañeros de las razas Shorthorn y Hereford. Sus animales eran de tal calidad que Casey llegó a obtener numerosos premios en las juras desarrolladas durante la exposición anual de la Sociedad Rural Argentina en Palermo.
Sin embargo, las tareas con los vacunos y la agricultura eran propias de los peones criollos, y la vida propia de La Nueva Irlanda fue declinando, sus pastores migrando y sus descendientes radicándose en distintas latitudes.
Hoy en día, quedaron los miles de descendientes de aquellos irlandeses que llegaron a estas tierras para forjar su sueño, su descendencia, sus rebaños ovinos con pastora sapiencia, de contraste evidente con el gaucho nativo. Dejaron un legado que aún hoy, más de un siglo después, podemos encontrar como testimonio de una estirpe con visión de desarrollo, progreso, abnegación y conciencia social.
Ing. Agr. Sebastián Felgueras, MBA, Ph D, Director de la Escuela de Agronomía, Universidad del Salvador.
Referencias:
Obligado, Rafael. Santos Vega. Editorial Colihue, ISSN 9505810350, 1981.
Saldías, Adolfo. Historia de la Confederación Argentina. Editorial Universitaria
de Buenos Aires, 1968.
Keogh, Dermot. La independencia de Irlanda: la conexión argentina. Ediciones
Universidad del Salvador – ISSN 978-950-592-236-9, 2016.
Felgueras, Sebastián. La Bicentenaria Argentina Agropecuaria: del saladero a
la soja, de granero del mundo a la 125. Revista Signos Universitarios –
Ediciones Universidad del Salvador – ISSN 0326-3932, Año 30, Nº. 46, 2011.